Vivo en un cuarto pequeño que alquilo cerca a la universidad donde estudio. Digo pequeño porque realmente es pequeño. Cuando vivía en la casa de mi mamá, mi cuarto era grande. En él entraban, cómodamente, mi cama, mi mesa de noche, mi escritorio, mi estante de libros, un closet empotrado con espejos, un par de sillas para la visita, un montón de cachivaches regados por el suelo y de vez en cuando armaba otra cama cuando me amanecía con alguien haciendo trabajos. Y me sobraba espacio. Ahora, en este cuarto arrinconado, solo entra mi cama muy pegada a la pared, mi mesa de noche que está casi por debajo de una mesa pequeña (que me presto mi hermano) en la que solo entra mi laptop. El papelero está detrás de mi, al lado de una cómoda que mi mamá me prestó (lo bueno es que tiene espejo grande) y que evita que una de las puertas del closet (que por cierto no tienen espejos) se abra, incomodándome al momento de colgar mi ropa. No entra nada más. El espacio que sobra para movilizarme es reducido, no puedo caminar en círculos cuando estoy estresado. Lo que si puedo es dar vueltas, pero me mareo.
No vivo solo. Aunque preferiría hacerlo porque detesto saludar a la gente. No vivo solo no porque quiera, si no porque me pareció más confiable venir a vivir con mi amiga Ana, quien es la que me alquila el cuarto, que ir donde una casa con inquilinos desconocidos y viejas brujas que me estén cobrando por cuarto, por luz, por agua, por Internet, por teléfono, por cable, en fin, por todo… aunque pensándolo bien, Ana me cobra hasta por la esponja para lavar platos. A Ana la conocí en la Feria del Libro de Trujillo, pero no fue hasta el viaje que hicimos a Estados Unidos (becados por el gobierno de los Estados Unidos en el verano del 2008) que nos conocimos mejor. Desde entonces empecé a hacerle bromas y ella a pedirme favores.
Además de Ana, está su primo, Enrique, quien me recuerda a mí en algunas cosas, empezando porque estudia derecho, aunque tiene la cara de estudiar comunicaciones. ¿Y cuál cara es la que tiene un estudiante de comunicaciones? la de un tipo que toma relajada la vida, sin complicaciones. Al menos esa cara siempre la veo al despertar antes de ir a mis clases. A veces le tengo pena a Enrique por tener a una prima como Ana, quien más que su prima parece su madre porque siempre está renegándole cosas, diciendo que debe y no debe hacer, a que hora debe comer, cuando debe estudiar, cuando debe ir a entrenar. A veces le tengo envidia porque al menos tiene alguien quien se preocupe por él.
El cuarto más grande (aunque sigue siendo pequeño) del departamento lo ocupa Melissa, quien en los últimos días recibe la visita diaria de un amante, quien posee llave del edificio, del departamento y de su cuarto. Es un tipo con cara de niño bueno, inocente y manejable al antojo de Melissa.
Los vecinos son poco agradables. Empezando por los dueños del edificio, la familia KOO. Yo sigo pensando que se lee “ka cero cero” y que esa palabra es una clave o un código o una señal secreta. Los Koo debieron haber contratado a un arquitecto inepto o a un ingeniero de cuarta o peor todavía a un estudiante de primer ciclo para la edificación de los departamentos, porque la distribución de ambientes del departamento no tiene ningún criterio en la comodidad del habitante, osea de mí.
Hay otra familia en el edificio, la que trata de vivir como si no viviera en un edificio porque me saludan de mala gana cuando me ven en las escaleras. Con ellos se completan todos los inquilinos. Ha de ser la fealdad de los departamentos lo que corre a las familias. Yo quisiera irme, buscar un hueco recóndito pero acogedor, donde no tenga que vivir con amantes ajenos y desconocidos, ni vecinos amargados, ni nadie que sepa quien soy ni que hago con mi vida entre cuatro paredes las noches de insomnio ni los fines de semana tristes.
No vivo solo. Aunque preferiría hacerlo porque detesto saludar a la gente. No vivo solo no porque quiera, si no porque me pareció más confiable venir a vivir con mi amiga Ana, quien es la que me alquila el cuarto, que ir donde una casa con inquilinos desconocidos y viejas brujas que me estén cobrando por cuarto, por luz, por agua, por Internet, por teléfono, por cable, en fin, por todo… aunque pensándolo bien, Ana me cobra hasta por la esponja para lavar platos. A Ana la conocí en la Feria del Libro de Trujillo, pero no fue hasta el viaje que hicimos a Estados Unidos (becados por el gobierno de los Estados Unidos en el verano del 2008) que nos conocimos mejor. Desde entonces empecé a hacerle bromas y ella a pedirme favores.
Además de Ana, está su primo, Enrique, quien me recuerda a mí en algunas cosas, empezando porque estudia derecho, aunque tiene la cara de estudiar comunicaciones. ¿Y cuál cara es la que tiene un estudiante de comunicaciones? la de un tipo que toma relajada la vida, sin complicaciones. Al menos esa cara siempre la veo al despertar antes de ir a mis clases. A veces le tengo pena a Enrique por tener a una prima como Ana, quien más que su prima parece su madre porque siempre está renegándole cosas, diciendo que debe y no debe hacer, a que hora debe comer, cuando debe estudiar, cuando debe ir a entrenar. A veces le tengo envidia porque al menos tiene alguien quien se preocupe por él.
El cuarto más grande (aunque sigue siendo pequeño) del departamento lo ocupa Melissa, quien en los últimos días recibe la visita diaria de un amante, quien posee llave del edificio, del departamento y de su cuarto. Es un tipo con cara de niño bueno, inocente y manejable al antojo de Melissa.
Los vecinos son poco agradables. Empezando por los dueños del edificio, la familia KOO. Yo sigo pensando que se lee “ka cero cero” y que esa palabra es una clave o un código o una señal secreta. Los Koo debieron haber contratado a un arquitecto inepto o a un ingeniero de cuarta o peor todavía a un estudiante de primer ciclo para la edificación de los departamentos, porque la distribución de ambientes del departamento no tiene ningún criterio en la comodidad del habitante, osea de mí.
Hay otra familia en el edificio, la que trata de vivir como si no viviera en un edificio porque me saludan de mala gana cuando me ven en las escaleras. Con ellos se completan todos los inquilinos. Ha de ser la fealdad de los departamentos lo que corre a las familias. Yo quisiera irme, buscar un hueco recóndito pero acogedor, donde no tenga que vivir con amantes ajenos y desconocidos, ni vecinos amargados, ni nadie que sepa quien soy ni que hago con mi vida entre cuatro paredes las noches de insomnio ni los fines de semana tristes.