sábado, 23 de mayo de 2009

faltando a mi promesa por una injusta razon

hoy me van a disculpar muchas cosas, empezando por la ortografia y la falta de coherencia del texto. me disculaparan pork todos en algun momento de su vida se han tomado sus chelas y se han puetso a escribir sin razon, solo por la neesidad o el impulso de inercia de escribir.
como casi nadie, cuando tomo lo hago por cualquier razon, a veces solo por saborear una chela, otras veces pork la chela me mira dias atras diciendome: tomame tomame, otras veces pork me siento feliz, otras veces pork no tengo ke tomar (ni sikiera leche) y como nunca, como hoy, tomo por estar triste y deprimido.

brindo con la soledad esta noche y falto a mi promesa. ?porke?? pork me siento solo, abandonado, excluido, aislado como aislan a los de la gripe porcina ke tanto esta de moda y ke a mi no me da :(..........

me acompanian unas cuskenias, siempre fieles ellas y la soledad no deja de hablar de su triste pasado, de sus recuerdos. es entonces ke me cuenta ( ahi sentada donde siempre) ke una vez tuvo una ilusion de esas de cuento de hadas, de esas ke se han hecho para contar, de esas ke se han hecho para llorar........

espero ke no os olvidais el dia de mi cumpleanios y ke traigas varios regalos inservibles

esta noche estoy triste y medio borracho, pero me siento bien.

viernes, 22 de mayo de 2009

cine teatro ayacucho

Cuando el sol se ocultaba por detrás de las casonas del centro de Trujillo y las bombillas de los postes empezaban a prenderse, tres jóvenes llevados por la curiosidad y la excitación de transgredir lo prohibido, de conocer mas allá de las fronteras de la moral, de experimentar situaciones distintas, pulsaciones extrañas, miradas diferentes; decidieron con dudas y titubeos, visitar el CINE TEATRO AYACUCHO.

Entramos por la puerta principal en la que se ubican pequeños negocios de venta de celulares, locutorio, gorras y dólares que sirven como cortina entre la sala y el mundo de afuera. En boletería no había nadie y la cartelera estaba vacía. Nos disponíamos a ingresar cuando una voz desde atrás nos llamó. El sujeto que atendía en el locutorio nos hizo una seña para que nos acercáramos.
–No sabrás quién atiende en el cine porque… –quiso preguntar David.
–Cinco soles cada uno –le interrumpió
Casi por reflejo sacamos el dinero y le pagamos. De su gaveta sacó las entradas y nos indicó el camino. Subimos unas viejas escaleras de madera y en el pasillo vimos fotos de la construcción del monumento de la Plaza de Armas, entre otras imágenes antiguas de la ciudad. Esto debería estar en un museo, pensé.

Nos encontramos frente a las cortinas de la SALA 02 de la que se escuchaba gemidos. Por un momento vacilé. Un hombre salió y se dirigió al final del pasillo. Al otro extremo, cuatro hombres sentados nos observaban. No había lugar para decir ya no quiero entrar, mejor vámonos, regresamos otro día, puede ser peligroso, hay que decirle que nos devuelva el dinero, no pasa nada, entra tu solo, yo me voy, ya me voy.

Una vez adentro nos acomodamos en nuestros asientos. No era un lugar tan grande pero las butacas eran cómodas y el ambiente, con un aire de antigüedad e historia, acogedor. Al igual que en los pasillos, hay fotos antiguas de la ciudad. En el techo el grabado de una lira hace honor al nombre de CINE TEATRO. Por primera vez para nosotros y en pantalla gigante, un negro con un gorro como el de Tony Baretta le lamía el coño a una negra voluptuosa que no dejaba de gemir.

Delante de nosotros dos jóvenes miraban la película sin decir una sola palabra, para el otro lado un hombre con las piernas sobre el asiento de adelante no dejaba de masturbarse, un sujeto de unos 26 años y bien vestido entraba y salía, otro de 50 llegaba y como si estuviese en su casa se puso cómodo, algunos prendían sus cigarros, otros tomaban un poco de licor, solos, acompañados, todos en su mundo miraban al negro culearse a la negra. Me dio nauseas.

Entre las cortinas de ingreso se distinguía una silueta femenina. Ingenuamente pensé que se trataba de una mujer. ¿Una mujer en un lugar como aquel? Definitivamente era un cabro. Uno de los dos tipos que estaba delante de nosotros le salió a su encuentro y después de conversar unos minutos se sentaron a nuestras espaldas.
– ¿Cuál de los tres?
–El de aquí se ve bien – dijo el fémino

Fue entonces que tuve miedo. Nos estaban sorteando. Se habían dado cuenta que éramos extraños, que veníamos de afuera, de la sociedad conservadora y que por primera vez nos adentrábamos en un antro donde la lujuria, el libertinaje y la sodomía es el pan de cada día.

–Vámonos de aquí, ya es tarde – le dije a Igor
–Espérate un rato más –me dijo mientras miraba una nueva película: una morena iba a ser cogida por tres militares tontos dentro de un tren.
Que pendejo, pensé, sin embargo debo admitir que también quería quedarme, pero tenía ir a trabajar.

Al final del pasillo, en el baño para caballeros un sujeto ordenaba a otro que deje limpio la ducha y al verme entrar me advirtió que no ensucie. De pronto la puerta se abrió y un tipo gordo me decía en voz baja, casi susurrando, flaco, quédate, dile a tus amigos para que se queden, nervioso vi mi reloj sin mirar la hora y con voz temblorosa le respondí, no puedo, ya es tarde y tengo cosas que hacer. Pero dile a tus amigos que se queden, un rato mas al menos, me insistía. Me quedaría, pero no puedo, le dije y abandoné el lugar con mis amigos algo mariconeados de tanto cabro.

Una vez afuera no dejaba de mirar a las personas. Todos eran tan iguales que cualquiera podía ser uno de ellos, cualquiera podía pertenecer a esa minoría excluida por la sociedad que busca un lugar donde puedan ser ellos mismos, sin secretos, sin apariencias, sin caretas ante nadie, ser tal cuales ante los suyos, cada uno con una historia, su pasado, su vida, y yo estuve con ellos.

Hace un par de días caminaba por Independencia cuando un tipo gordo me saludo desde la vereda del frente, sin reconocerlo le devolví el saludo para no pasar como maleducado. Al rato recordé que se trataba del mismo tipo que me invitó a quedarme en el cine cuando estaba en el baño. Quién sabe, talvez otro día vaya a visitarlo.

martes, 12 de mayo de 2009

adios MSN

Cursaba el segundo año de educación secundaria cuando creé mi primera cuenta en Hotmail. Intenté de alguna forma que “NIKO” estuviera en el nombre de usuario, pero cuando intentaba combinaciones con números y subguiones alguien ya lo tenía registrado. Al no conseguir nada, presioné cualquier tecla y le puse enter. La computadora aceptó el nombre y desde entonces fui virtualmente nipkoter@hotmail.com.

A pesar de tener mi cuenta de Hotmail, el Messenger no lo descubrí sino hasta el cuarto año de secundaria, época en la cual tener más de dos contactos en línea era motivo para festejar y sacarle pica a cualquiera. Con el tiempo, más gente conocía el msn y ya lograbas pasar de los cinco contactos. Aparecieron las populares cadenas que en ese entonces por la novedad, gracia y nuestra edad, eran interesantes, entretenidas y hasta coleccionable. Vinieron luego las famosas tarjetas virtuales que en realidad sólo eran para sacarnos la contraseña o en el peor de los casos enterarse de nuestros amores platónicos. Suscripciones a un montón de páginas innecesarias. La preocupación de descargar la última versión del MSN y agregábamos tantos contactos que les poníamos no admitir a algunos y a otros no los conocíamos.

Así fui creciendo, siempre preocupado por darle sentido al msn; invertía buena parte de mi tiempo (que viene a ser mi vida) en vivir para mis contactos.

Anécdotas las hay, una vez llegué de madrugada y algo tomado a mi cuarto y me conecté, pero no recuerdo que hice que mis contactos se eliminaron, nunca los recuperé todos. Otra de las cosas que me ha pasado por msn y creo que a todos les ha pasado es creer que estás chateando con tu pata y cuando te das cuenta le estás escribiendo a otro, ¡qué roche! Una noche tuve una videollamada con una amiga, pero el cansancio hizo que me durmiera (solía chatear echado en mi cama), cuando desperté a las 6 de la mañana ella estaba dormida del otro lado. También he tomado virtualmente acompañado.

Ha pasado mucho tiempo y son muchas las razones para eliminar mi msn, el virus que me atormenta enviando mensajes extraños, las noches de insomnio que nunca recupero, la manía de conectarse al menos un minuto, las conversaciones forzadas con gente que me llega, las ahora estúpidas cadenas, la preocupación de llegar algo tomado y escribirle a alguna chica, la posería de los nicks y las imágenes para mostrar, entre otras cosas que implica tener un msn.

Debo estar cansado de la vida, debo estar medio loco o loca, debo estar deprimido o algo por el estilo porque nadie elimina su msn de la noche a la mañana, mucho menos cuando implica una vida, tu misma vida.

No tendré msn más, al menos no por un buen tiempo. Quiero desconectarme del mundo, de la vida moderna, quiero conversar con la gente face to face y no a través de una laptop, quiero aprovechar el tiempo que usaba en el chat para tomarme una cerveza o salir a caminar, quiero evadir responsabilidades y tareas, quiero descansar un tiempo.

Gracias MSN, pero conmigo será hasta otra oportunidad.

viernes, 1 de mayo de 2009

elizabeth

Aprovecho el feriado para ir en busca de una copia de un libro de autoestima que Elizabeth me prestó hace algunas semanas y que en mi torpeza lo presté sin estar seguro que me lo devolerían. Como era un libro pirata no llevo mucho dinero conmigo, lo suficiente para desayunar y comprar el libro. Camino por el jirón Bolívar y me topo con una “Feria del Libro” cerrada, veo la hora y me doy cuenta que es muy temprano. Decido caminar más lento en dirección a Zona Franca. En el jirón Almagro encuentro otra “Feria del Libro”. Pregunto por libros de autoestima y una señorita muy amable me guía hasta ellos. “Acá abajo están todos los de autoestima” me dice y se queda parada a un lado. Empiezo a buscar pero todos los libros que veo son grandes, le explico que el libro que quiero es pequeño. Me menciona algunos nombres que no reconozco, le pregunto si podría verlos y me señala (esta vez menos amable) donde están pero ninguno de ellos es el que busco. Camino algunas cuadras más y llego donde otra “Feria del Libro”, pregunto de nuevo por libros de autoestima y la señorita me pregunta que de qué tipo. De autoestima personal le digo titubeando, me guía donde ellos y se va. Luego pienso si acaso todos los libros de autoestima no son personales. Cerca hay novelas de autores reconocidos, entonces dejo por un rato la autoestima personal por la ficción. Me llama la atención “La guerra del fin del mundo” pero cuando lo toco provoco la caída del libro que estaba a su costado y la de su costado y la de su costado de este y así sucesivamente hasta llegar al último libro del stand. Temeroso de una reprimenda recojo el primer libro y me voy casi corriendo. Frustrado por la búsqueda entro a una tienda de ropa, me pruebo algunas casacas de cuero. Una señorita se acerca. “Hola”, le digo, “tu crees que me queda bien”, le pregunto. “Se te ve muy bien”, me dice. “Este es S, no tendrás el mismo modelo en talla M”, le pregunto y se va a buscar. Al rato regresa con algunos modelos más. “Sólo lo tengo en L, M ya no me queda, pero tengo estos otros modelos”, me sugiere. Los veo pero no me gustan. “Tu crees que se ve mal este S en mi”, le pregunto. “No, ahora se usan casacas pequeñas. Te queda muy bien”, me dice creo que engañándome. “Creo que un M me quedaría mejor ¿te van a llegar más tallas?”, le pregunto. “Si, vamos a hacer un pedido y la próxima semana estará llegando”, me dice. “Perfecto, yo pienso comprarme la casaca la semana que viene ¿Cuándo crees que te estén llegando?”, le pregunto. “Probablemente el miércoles o el jueves”, me dice. “Entonces yo estaré por acá el jueves o el viernes… pero ¿y si no llega? ¿Y si se llevan este S?, le digo. “Tenemos un par más de esta talla en almacén, pero si va a llegar la otra talla en el nuevo pedido”, me asegura. “Umm...… ¿tiene teléfono la tienda? Así podría llamar el miércoles y asegurarme si llega o no”, le digo. “Si claro, espérame un momento”, me dice. “aunque mejor… ¿Cuál es tu nombre?”, le pregunto. “Fiorella”, me dice. “Fiorella me podrías dar tu número de celular, así yo te llamo y te pregunto si ya vino en la otra talla o sino para llevarme este nomás”, le digo y sonríe. Con un número nuevo en la agenda vuelvo a las calles para ir en busca de mi propósito inicial: el libro de autoestima. Me voy como quien se va al cine Chimú, por esa calle con nombre de inca donde compran y venden libros usados. Entro en uno de los establecimientos y pregunto por libros de autoestima. Esta señorita ya no me guía hasta ellos, sólo me los señala desde donde está. De pronto me llama Elizabeth al celular para recordarme que hoy es la pollada a la que le había prometido ir. Le digo que iré y continúo buscando su libro. Como no lo encuentro le explico a la señorita que el libro que busco es pequeño y tiene una frase como “el mundo nos ve como nosotros nos vemos o como nosotros nos tratamos o como algo por el estilo”. Se queda pensando y luego le pregunta a su compañera. “¿Quién es el autor?”, nos pregunta su compañera y ambas me miran. “No lo sé, no lo recuerdo”, les contesto. “Tienes que venir con el nombre del autor acá pe, sino como lo encontramos”, me dice y se voltea y la otra señorita también se voltea, entonces me doy cuenta que no me ayudarán más. Salgo triste y sin esperanzas entro al último establecimiento. Vuelvo a preguntar por libros de autoestima, para que la señorita se apiade de mí y me ayude le cuento que una amiga me prestó el libro y lo perdí y ahora tengo que devolvérselo y estoy buscando por todas las librerías posibles pero no lo encuentro. Le doy los detalles del libro. Ella saca una bolsa grande con un sin fin de libros pequeños de autoestima. Reconozco el libro. “¡Este es!”, celebro y me quedo mirando la frase del libro. “Aumente su Autoestima” del Dr. Ribeiro Lair, porque el modo como nos trata el mundo es un reflejo de cómo nos tratamos a nosotros mismos. “Esa era la frase, me lo llevo. ¿Cuánto es?”, le pregunto. “Seis soles”, me dice. ¡Puta que estafa! pienso, esta tía se está aprovechando porque lo necesito. Pero yo creo ser más vivo que ella y me voy a la tienda de al lado y le digo que ya recordé el nombre y el título y el autor y todo, pero no lo tienen y vuelvo resignado a pagar seis soles por un libro pirata que cuesta sólo dos. “¿Ya te animaste?”, me pregunta. Le digo que lo llevaré de todas maneras. “¡Vane, cóbrate cinco soles de acá!”, le grita a su compañera y me voy agradecido porque me dejó un sol para el pasaje. De regreso a mi departamento mi mamá me llama y pregunta si iré a la casa, le digo que estoy yendo y cambio de dirección. En mi casa todo es más hogareño, me saludan alegre, juego con mi gato, tomo un jugo de naranja, me doy un duchazo en agua caliente y nos vamos a almorzar como una familia feliz. Mientras almuerzo, Elizabeth vuelve a llamarme, me pide que vaya a verla, que no puede entrar a su casa porque le ha pasado no sé qué y su mamá está no sé donde, le digo que estoy almorzando en el centro, me dice que es urgente, lo pienso, le prometo que iré. Le digo a mi mamá que debo irme, que es urgente, no se opone, no me dice que me quede ni se molesta porque me vaya, al menos no lo demuestra, mis hermanos tampoco me dicen nada, les digo que el domingo iré a la casa y me voy. Cuando llego encuentro a Elizabeth con dos bolsas llenas de polladas por repartir. Su llave la ha olvidado en la pollada que organiza la intitución donde trabaja su mamá. Nos sentamos en la vereda a esperar que lleguen a recoger las polladas, a esperar que llegue su mamá con la llave. Le devuelvo el libro que me prestó o mejor dicho le devuelvo otro libro igual al libro que me prestó. Me pregunta si le ayudó a mi amiga, le contesto que sí. No me dice más, sabe que a mi no me gustó nada, mucho menos ahora. Llegan algunos sujetos a recoger sus polladas, les explicamos que no tenemos llave y por eso estamos sentados afuera, le explicamos lo mismo a algunos vecinos que pasan mirándonos extrañados. Le reprocho el hecho de haberme sacado de un almuerzo familiar, de haber estado en sillas cómodas a sentarme en la vereda, de haber estado comiendo en el Asturias a comer en la calle, de haber cambiado mi postre por una pollada fría. Me dice que lo siente, que lo compensará, que cuando sea una empresaria exitosa me llevará a comer al Asturias y tomaremos un café en Starbucks y yo le bromeo que de ser así nunca iremos y nos reímos mientras pasa otro vecino mirándonos extrañamente.