Aprovecho el feriado para ir en busca de una copia de un libro de autoestima que Elizabeth me prestó hace algunas semanas y que en mi torpeza lo presté sin estar seguro que me lo devolerían. Como era un libro pirata no llevo mucho dinero conmigo, lo suficiente para desayunar y comprar el libro. Camino por el jirón Bolívar y me topo con una “Feria del Libro” cerrada, veo la hora y me doy cuenta que es muy temprano. Decido caminar más lento en dirección a Zona Franca. En el jirón Almagro encuentro otra “Feria del Libro”. Pregunto por libros de autoestima y una señorita muy amable me guía hasta ellos. “Acá abajo están todos los de autoestima” me dice y se queda parada a un lado. Empiezo a buscar pero todos los libros que veo son grandes, le explico que el libro que quiero es pequeño. Me menciona algunos nombres que no reconozco, le pregunto si podría verlos y me señala (esta vez menos amable) donde están pero ninguno de ellos es el que busco. Camino algunas cuadras más y llego donde otra “Feria del Libro”, pregunto de nuevo por libros de autoestima y la señorita me pregunta que de qué tipo. De autoestima personal le digo titubeando, me guía donde ellos y se va. Luego pienso si acaso todos los libros de autoestima no son personales. Cerca hay novelas de autores reconocidos, entonces dejo por un rato la autoestima personal por la ficción. Me llama la atención “La guerra del fin del mundo” pero cuando lo toco provoco la caída del libro que estaba a su costado y la de su costado y la de su costado de este y así sucesivamente hasta llegar al último libro del stand. Temeroso de una reprimenda recojo el primer libro y me voy casi corriendo. Frustrado por la búsqueda entro a una tienda de ropa, me pruebo algunas casacas de cuero. Una señorita se acerca. “Hola”, le digo, “tu crees que me queda bien”, le pregunto. “Se te ve muy bien”, me dice. “Este es S, no tendrás el mismo modelo en talla M”, le pregunto y se va a buscar. Al rato regresa con algunos modelos más. “Sólo lo tengo en L, M ya no me queda, pero tengo estos otros modelos”, me sugiere. Los veo pero no me gustan. “Tu crees que se ve mal este S en mi”, le pregunto. “No, ahora se usan casacas pequeñas. Te queda muy bien”, me dice creo que engañándome. “Creo que un M me quedaría mejor ¿te van a llegar más tallas?”, le pregunto. “Si, vamos a hacer un pedido y la próxima semana estará llegando”, me dice. “Perfecto, yo pienso comprarme la casaca la semana que viene ¿Cuándo crees que te estén llegando?”, le pregunto. “Probablemente el miércoles o el jueves”, me dice. “Entonces yo estaré por acá el jueves o el viernes… pero ¿y si no llega? ¿Y si se llevan este S?, le digo. “Tenemos un par más de esta talla en almacén, pero si va a llegar la otra talla en el nuevo pedido”, me asegura. “Umm...… ¿tiene teléfono la tienda? Así podría llamar el miércoles y asegurarme si llega o no”, le digo. “Si claro, espérame un momento”, me dice. “aunque mejor… ¿Cuál es tu nombre?”, le pregunto. “Fiorella”, me dice. “Fiorella me podrías dar tu número de celular, así yo te llamo y te pregunto si ya vino en la otra talla o sino para llevarme este nomás”, le digo y sonríe. Con un número nuevo en la agenda vuelvo a las calles para ir en busca de mi propósito inicial: el libro de autoestima. Me voy como quien se va al cine Chimú, por esa calle con nombre de inca donde compran y venden libros usados. Entro en uno de los establecimientos y pregunto por libros de autoestima. Esta señorita ya no me guía hasta ellos, sólo me los señala desde donde está. De pronto me llama Elizabeth al celular para recordarme que hoy es la pollada a la que le había prometido ir. Le digo que iré y continúo buscando su libro. Como no lo encuentro le explico a la señorita que el libro que busco es pequeño y tiene una frase como “el mundo nos ve como nosotros nos vemos o como nosotros nos tratamos o como algo por el estilo”. Se queda pensando y luego le pregunta a su compañera. “¿Quién es el autor?”, nos pregunta su compañera y ambas me miran. “No lo sé, no lo recuerdo”, les contesto. “Tienes que venir con el nombre del autor acá pe, sino como lo encontramos”, me dice y se voltea y la otra señorita también se voltea, entonces me doy cuenta que no me ayudarán más. Salgo triste y sin esperanzas entro al último establecimiento. Vuelvo a preguntar por libros de autoestima, para que la señorita se apiade de mí y me ayude le cuento que una amiga me prestó el libro y lo perdí y ahora tengo que devolvérselo y estoy buscando por todas las librerías posibles pero no lo encuentro. Le doy los detalles del libro. Ella saca una bolsa grande con un sin fin de libros pequeños de autoestima. Reconozco el libro. “¡Este es!”, celebro y me quedo mirando la frase del libro. “Aumente su Autoestima” del Dr. Ribeiro Lair, porque el modo como nos trata el mundo es un reflejo de cómo nos tratamos a nosotros mismos. “Esa era la frase, me lo llevo. ¿Cuánto es?”, le pregunto. “Seis soles”, me dice. ¡Puta que estafa! pienso, esta tía se está aprovechando porque lo necesito. Pero yo creo ser más vivo que ella y me voy a la tienda de al lado y le digo que ya recordé el nombre y el título y el autor y todo, pero no lo tienen y vuelvo resignado a pagar seis soles por un libro pirata que cuesta sólo dos. “¿Ya te animaste?”, me pregunta. Le digo que lo llevaré de todas maneras. “¡Vane, cóbrate cinco soles de acá!”, le grita a su compañera y me voy agradecido porque me dejó un sol para el pasaje. De regreso a mi departamento mi mamá me llama y pregunta si iré a la casa, le digo que estoy yendo y cambio de dirección. En mi casa todo es más hogareño, me saludan alegre, juego con mi gato, tomo un jugo de naranja, me doy un duchazo en agua caliente y nos vamos a almorzar como una familia feliz. Mientras almuerzo, Elizabeth vuelve a llamarme, me pide que vaya a verla, que no puede entrar a su casa porque le ha pasado no sé qué y su mamá está no sé donde, le digo que estoy almorzando en el centro, me dice que es urgente, lo pienso, le prometo que iré. Le digo a mi mamá que debo irme, que es urgente, no se opone, no me dice que me quede ni se molesta porque me vaya, al menos no lo demuestra, mis hermanos tampoco me dicen nada, les digo que el domingo iré a la casa y me voy. Cuando llego encuentro a Elizabeth con dos bolsas llenas de polladas por repartir. Su llave la ha olvidado en la pollada que organiza la intitución donde trabaja su mamá. Nos sentamos en la vereda a esperar que lleguen a recoger las polladas, a esperar que llegue su mamá con la llave. Le devuelvo el libro que me prestó o mejor dicho le devuelvo otro libro igual al libro que me prestó. Me pregunta si le ayudó a mi amiga, le contesto que sí. No me dice más, sabe que a mi no me gustó nada, mucho menos ahora. Llegan algunos sujetos a recoger sus polladas, les explicamos que no tenemos llave y por eso estamos sentados afuera, le explicamos lo mismo a algunos vecinos que pasan mirándonos extrañados. Le reprocho el hecho de haberme sacado de un almuerzo familiar, de haber estado en sillas cómodas a sentarme en la vereda, de haber estado comiendo en el Asturias a comer en la calle, de haber cambiado mi postre por una pollada fría. Me dice que lo siente, que lo compensará, que cuando sea una empresaria exitosa me llevará a comer al Asturias y tomaremos un café en Starbucks y yo le bromeo que de ser así nunca iremos y nos reímos mientras pasa otro vecino mirándonos extrañamente.
1 comentario:
amiiiiiigoooooooooo que boniiiiitooooooo, no sabia que escribias en un blog, me quede pegadasa leyendo y hasta me reia sola. Que chevere que hayas escrito todo eso y qué coincidencia que justo ese dia yo te este llamando y todo eso jaja, sigue escribiendo lo haces muy bien ... ahhhh pero no te aproveches y no andes sacandole los telefonos a las vendedoras de ropa! no sigas el ejmplo del tu jefe!
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