Cuando el sol se ocultaba por detrás de las casonas del centro de Trujillo y las bombillas de los postes empezaban a prenderse, tres jóvenes llevados por la curiosidad y la excitación de transgredir lo prohibido, de conocer mas allá de las fronteras de la moral, de experimentar situaciones distintas, pulsaciones extrañas, miradas diferentes; decidieron con dudas y titubeos, visitar el CINE TEATRO AYACUCHO.
Entramos por la puerta principal en la que se ubican pequeños negocios de venta de celulares, locutorio, gorras y dólares que sirven como cortina entre la sala y el mundo de afuera. En boletería no había nadie y la cartelera estaba vacía. Nos disponíamos a ingresar cuando una voz desde atrás nos llamó. El sujeto que atendía en el locutorio nos hizo una seña para que nos acercáramos.
–No sabrás quién atiende en el cine porque… –quiso preguntar David.
–Cinco soles cada uno –le interrumpió
Casi por reflejo sacamos el dinero y le pagamos. De su gaveta sacó las entradas y nos indicó el camino. Subimos unas viejas escaleras de madera y en el pasillo vimos fotos de la construcción del monumento de la Plaza de Armas, entre otras imágenes antiguas de la ciudad. Esto debería estar en un museo, pensé.
Nos encontramos frente a las cortinas de la SALA 02 de la que se escuchaba gemidos. Por un momento vacilé. Un hombre salió y se dirigió al final del pasillo. Al otro extremo, cuatro hombres sentados nos observaban. No había lugar para decir ya no quiero entrar, mejor vámonos, regresamos otro día, puede ser peligroso, hay que decirle que nos devuelva el dinero, no pasa nada, entra tu solo, yo me voy, ya me voy.
Una vez adentro nos acomodamos en nuestros asientos. No era un lugar tan grande pero las butacas eran cómodas y el ambiente, con un aire de antigüedad e historia, acogedor. Al igual que en los pasillos, hay fotos antiguas de la ciudad. En el techo el grabado de una lira hace honor al nombre de CINE TEATRO. Por primera vez para nosotros y en pantalla gigante, un negro con un gorro como el de Tony Baretta le lamía el coño a una negra voluptuosa que no dejaba de gemir.
Delante de nosotros dos jóvenes miraban la película sin decir una sola palabra, para el otro lado un hombre con las piernas sobre el asiento de adelante no dejaba de masturbarse, un sujeto de unos 26 años y bien vestido entraba y salía, otro de 50 llegaba y como si estuviese en su casa se puso cómodo, algunos prendían sus cigarros, otros tomaban un poco de licor, solos, acompañados, todos en su mundo miraban al negro culearse a la negra. Me dio nauseas.
Entre las cortinas de ingreso se distinguía una silueta femenina. Ingenuamente pensé que se trataba de una mujer. ¿Una mujer en un lugar como aquel? Definitivamente era un cabro. Uno de los dos tipos que estaba delante de nosotros le salió a su encuentro y después de conversar unos minutos se sentaron a nuestras espaldas.
– ¿Cuál de los tres?
–El de aquí se ve bien – dijo el fémino
Fue entonces que tuve miedo. Nos estaban sorteando. Se habían dado cuenta que éramos extraños, que veníamos de afuera, de la sociedad conservadora y que por primera vez nos adentrábamos en un antro donde la lujuria, el libertinaje y la sodomía es el pan de cada día.
–Vámonos de aquí, ya es tarde – le dije a Igor
–Espérate un rato más –me dijo mientras miraba una nueva película: una morena iba a ser cogida por tres militares tontos dentro de un tren.
Que pendejo, pensé, sin embargo debo admitir que también quería quedarme, pero tenía ir a trabajar.
Al final del pasillo, en el baño para caballeros un sujeto ordenaba a otro que deje limpio la ducha y al verme entrar me advirtió que no ensucie. De pronto la puerta se abrió y un tipo gordo me decía en voz baja, casi susurrando, flaco, quédate, dile a tus amigos para que se queden, nervioso vi mi reloj sin mirar la hora y con voz temblorosa le respondí, no puedo, ya es tarde y tengo cosas que hacer. Pero dile a tus amigos que se queden, un rato mas al menos, me insistía. Me quedaría, pero no puedo, le dije y abandoné el lugar con mis amigos algo mariconeados de tanto cabro.
Una vez afuera no dejaba de mirar a las personas. Todos eran tan iguales que cualquiera podía ser uno de ellos, cualquiera podía pertenecer a esa minoría excluida por la sociedad que busca un lugar donde puedan ser ellos mismos, sin secretos, sin apariencias, sin caretas ante nadie, ser tal cuales ante los suyos, cada uno con una historia, su pasado, su vida, y yo estuve con ellos.
Hace un par de días caminaba por Independencia cuando un tipo gordo me saludo desde la vereda del frente, sin reconocerlo le devolví el saludo para no pasar como maleducado. Al rato recordé que se trataba del mismo tipo que me invitó a quedarme en el cine cuando estaba en el baño. Quién sabe, talvez otro día vaya a visitarlo.
Entramos por la puerta principal en la que se ubican pequeños negocios de venta de celulares, locutorio, gorras y dólares que sirven como cortina entre la sala y el mundo de afuera. En boletería no había nadie y la cartelera estaba vacía. Nos disponíamos a ingresar cuando una voz desde atrás nos llamó. El sujeto que atendía en el locutorio nos hizo una seña para que nos acercáramos.
–No sabrás quién atiende en el cine porque… –quiso preguntar David.
–Cinco soles cada uno –le interrumpió
Casi por reflejo sacamos el dinero y le pagamos. De su gaveta sacó las entradas y nos indicó el camino. Subimos unas viejas escaleras de madera y en el pasillo vimos fotos de la construcción del monumento de la Plaza de Armas, entre otras imágenes antiguas de la ciudad. Esto debería estar en un museo, pensé.
Nos encontramos frente a las cortinas de la SALA 02 de la que se escuchaba gemidos. Por un momento vacilé. Un hombre salió y se dirigió al final del pasillo. Al otro extremo, cuatro hombres sentados nos observaban. No había lugar para decir ya no quiero entrar, mejor vámonos, regresamos otro día, puede ser peligroso, hay que decirle que nos devuelva el dinero, no pasa nada, entra tu solo, yo me voy, ya me voy.
Una vez adentro nos acomodamos en nuestros asientos. No era un lugar tan grande pero las butacas eran cómodas y el ambiente, con un aire de antigüedad e historia, acogedor. Al igual que en los pasillos, hay fotos antiguas de la ciudad. En el techo el grabado de una lira hace honor al nombre de CINE TEATRO. Por primera vez para nosotros y en pantalla gigante, un negro con un gorro como el de Tony Baretta le lamía el coño a una negra voluptuosa que no dejaba de gemir.
Delante de nosotros dos jóvenes miraban la película sin decir una sola palabra, para el otro lado un hombre con las piernas sobre el asiento de adelante no dejaba de masturbarse, un sujeto de unos 26 años y bien vestido entraba y salía, otro de 50 llegaba y como si estuviese en su casa se puso cómodo, algunos prendían sus cigarros, otros tomaban un poco de licor, solos, acompañados, todos en su mundo miraban al negro culearse a la negra. Me dio nauseas.
Entre las cortinas de ingreso se distinguía una silueta femenina. Ingenuamente pensé que se trataba de una mujer. ¿Una mujer en un lugar como aquel? Definitivamente era un cabro. Uno de los dos tipos que estaba delante de nosotros le salió a su encuentro y después de conversar unos minutos se sentaron a nuestras espaldas.
– ¿Cuál de los tres?
–El de aquí se ve bien – dijo el fémino
Fue entonces que tuve miedo. Nos estaban sorteando. Se habían dado cuenta que éramos extraños, que veníamos de afuera, de la sociedad conservadora y que por primera vez nos adentrábamos en un antro donde la lujuria, el libertinaje y la sodomía es el pan de cada día.
–Vámonos de aquí, ya es tarde – le dije a Igor
–Espérate un rato más –me dijo mientras miraba una nueva película: una morena iba a ser cogida por tres militares tontos dentro de un tren.
Que pendejo, pensé, sin embargo debo admitir que también quería quedarme, pero tenía ir a trabajar.
Al final del pasillo, en el baño para caballeros un sujeto ordenaba a otro que deje limpio la ducha y al verme entrar me advirtió que no ensucie. De pronto la puerta se abrió y un tipo gordo me decía en voz baja, casi susurrando, flaco, quédate, dile a tus amigos para que se queden, nervioso vi mi reloj sin mirar la hora y con voz temblorosa le respondí, no puedo, ya es tarde y tengo cosas que hacer. Pero dile a tus amigos que se queden, un rato mas al menos, me insistía. Me quedaría, pero no puedo, le dije y abandoné el lugar con mis amigos algo mariconeados de tanto cabro.
Una vez afuera no dejaba de mirar a las personas. Todos eran tan iguales que cualquiera podía ser uno de ellos, cualquiera podía pertenecer a esa minoría excluida por la sociedad que busca un lugar donde puedan ser ellos mismos, sin secretos, sin apariencias, sin caretas ante nadie, ser tal cuales ante los suyos, cada uno con una historia, su pasado, su vida, y yo estuve con ellos.
Hace un par de días caminaba por Independencia cuando un tipo gordo me saludo desde la vereda del frente, sin reconocerlo le devolví el saludo para no pasar como maleducado. Al rato recordé que se trataba del mismo tipo que me invitó a quedarme en el cine cuando estaba en el baño. Quién sabe, talvez otro día vaya a visitarlo.
3 comentarios:
jajajajaja, " mis amigos mariconeados de tanto cabro???, yo nika entraba a ese baño aunque me estuviera haciendo la pichi!!!. Aunque volvería otra vez!!!. Buen escrito, me cague de risa. Pero te falta hacer correcciones. Nos posteamos!!! esta chvr :)
jajaja estoy de acuerdo con David esta bueno (Y) aunke el otro dia un gordo del centro tenia tu foto en las manos y decia en voz alta: 50 lukas si me traen a este flakito!!
50 lukas ya es algo... hasta es tentador para entregarme yo solito jajaja... con eso pago la luz del depa
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