martes, 8 de diciembre de 2009

adiós hábitos


Cuando me fui de mi casa con la intención de vivir solo pensé que la libertad que estaba comprando y mis debilidades harían de mí el más desenfrenado y libertino de todos. Sin embargo, en un principio la careta de chico responsable y maduro se impuso. Solía dormir temprano y despertarme más temprano de lo común gracias al canto de unos gallos vecinos, ordenaba mi cuarto constantemente y no dejaba platos sucios más de un día. Era un chico comprometido y decidido a no dejarme llevar por la tentación de la independencia. Pero los platos sucios se fueron amontonaron. Aunque seguía con la mentalidad de chico responsable, la tentación se impuso y mis noches se comenzaron a tornar largas y movidas. No había semana en que no comprara algo de alcohol para beber solo mientras escribía o simplemente pensaba. Conocí la soledad de tomar solo, aquella que casi muchos no conocen porque prefieren emborracharse con amigos y en el peor de los casos con desconocidos que luego presencian los actos más vergonzosos de un borracho: tomar por una mujer. Por eso decidí tomar en la soledad de mi cuarto, los domingos por la noche, para que la tranquilidad y la melancolía terminen por destruirme. Y finalmente cuando lo lograron, la pereza se apoderó de mí. Mis días se volvieron más largos para dormir, tomaba siesta por las tardes y me iba a dormir temprano por las noches, comía en la calle y si ensuciaba algo no lo lavaba sino hasta que esté de buen humor y con las pilas puestas. Así pasé mis últimas semanas en el cuarto y me gustaba. Al fin había encontrado mi forma de vivir, entre el chiquero y el desorden dormía tranquilo y sin perturbaciones. No me importaba encontrar hormigas devorándose algún sándwich que había dejado a medio comer o moscas sobre mi plato de comida con hongos. Todo era felicidad hasta que tuve que partir. Y mientras empacaba mis cosas sentí que dejaba algo en esas cuatros paredes ya sucias por mi permanencia, sentí que no me estaba yendo con todo, sino que parte de mi se quedaba en ese cuarto dispuesto a contárselo al siguiente que viva allí. Si las paredes hubieran hablado, seguro habrían agradecido mi partida.

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