No escribo nada desde que acabé el ciclo de la universidad a principios de julio. No fue nada agradable los días posteriores a los exámenes finales. El miedo de desaprobar me invadió terriblemente, al punto de desvelarme dos noches seguidas pensando en lo humillante que sería llevar un curso por segunda matrícula. A este abatimiento se sumó el trabajo en la agencia. Por aquel entonces debíamos cerrar con el diseño de una revista y por algunas ausencias mías, debido a los exámenes finales en la universidad, nos retrasamos con la revista, lo que causó que duplicara mi horario de trabajo durante los días que nos tomáramos terminarla. Por si fuera poco, debía acabar con el diseño de una página web. Si los últimos días de clases fueron terriblemente jodidos, lo era aun más los primeros días de mis vacaciones.
Después de librarme de toda responsabilidad, me dediqué exclusivamente a dormir hasta tarde, a relajarme, a jugar Stracraft, a mirar Candy, a leer, a escribir mails a mis amigos, a caminar en las noches, a reír con los Simpsons, a comer pizza, a tratar de ordenar mi cuarto, a tocar guitarra, a aprender a tocar la armónica, a seguir recetas de cocina sin éxito, a olvidarme de algunas personas y a conocer a otras, y es aquí donde empieza mi problema con las mujeres que perdí.
A Marita la conocí en la adolescencia. Nunca me gustó su nombre, mucho menos el diminutivo, pero a pesar que ya cumplió los 22 la sigo llamando Marita. Éramos grandes amigos, sin embargo nunca me enamoré de ella (y eso que enamorarse de la mejor amiga les pasa a todos). Estaba por pedir una hamburguesa en Janos cuando la veo apoyada en la barra. No había cambiado nada, creo que incluso seguía con el mismo peinado. La saludé, pero con su mirada me dijo: ¿Quién eres? No me quedó otra que presentarme como quien va a una entrevista de trabajo. Ella planeaba ir a un bar del centro con sus amigos. Un encuentro después de tanto tiempo merece ser acompañado por unos tragos, me dijo y yo acepté su invitación. A pesar de mi antisocialidad y timidez la pase bien en compañía de su grupo de amigos. Recordamos viejas travesuras, divertidas anécdotas y soñados amores de adolescencia. Vernos después de mucho tiempo me causo gran alegría. Gracias a ella tenía pasado y estaba recordándolo. Pero al verla bailar, tomar y fumar, al escucharla hablar, gritar y cantar entendí que ella dejó de ser la niña ingenua e inocente que conocí algún día. Cuando nuestros patrocinadores (los amigos de Marita) dejaron de subvencionarnos el licor, la noche había acabado para nosotros. Estábamos por despedirnos cuando me atreví a pedirle que me regale un poco de su tiempo por tres razones 1) nos habíamos quedado picados, 2) no nos veíamos hace mucho tiempo y 3) la noche era joven (las noches ya no son vírgenes, pero conservan su juventud). Caminamos hacia mi departamento. Le gritábamos a los autos por atravesarse en nuestro camino y tocábamos los timbres de las casas para luego correr como niños traviesos. Compramos un six pack de cerveza en el market del ovalo Larco y pasamos la noche juntos. Al amanecer, un grito suyo maldiciendo la hora me despertó. Me empujó, se levantó y empezó a vestirse. Yo esperaba que me dijera algo, pero no lo hizo. Te acompaño hasta el paradero, le dije. No gracias, sé perfectamente como llegué hasta aquí, me dijo. ¿Estás molesta?, me atreví a preguntarle. Dame una razón convincente para explicarles a mis padres la hora de mi llegada y paso la mañana contigo, me contestó. Puedes decirle la verdad, que encontraste un amigo de la adolescencia y pasaron la noche juntos y como estabas tan bien, te tomaste la mañana, talvez tus padres recuerden sus días de juventud y comprendan, le dije y sonreí, pero a ella no le hizo gracia mi broma. Pienso que nunca estuvo molesta conmigo, si no consigo mismo. Imagino que tenía problemas y no los quiso contar. Talvez por eso fuimos buenos amigos en el pasado, porque nunca nos contamos nuestros problemas, nunca nos tuvimos que preocupar uno del otro, ni discutimos por tonterías, como si lo hacen dos personas que se cuentan todo. Ahora solo somos dos extraños que pasaron un buen momento. No conozco a esta Marita, creo que ya no debería llamarla con el diminutivo. Cuando la veía arreglarse en el espejo me di cuenta que en los años que nos dejamos de ver muchas cosas han cambiado en nosotros. En la cocina está el intercomunicador, desde ahí puedes abrir la puerta de la calle, le dije y ella me agradeció secamente. Cuando terminó de arreglarse en el espejo se dio la vuelta hacia mí y me dijo: no fue la mejor noche que he vivido, no la recuerdo muy bien por los tragos encima, pero estoy segura que fue bonita, y se fue. Me quedé sentado en mi cama. Escuché la puerta del departamento cerrándose y salí hacia la ventana de la sala con la esperanza que voltee a verme y se despida de mi con una mirada triste, como en las películas, pero ella caminaba apresuradamente.
He invitado a Vanessa a pasar un rato conmigo en mi departamento, pero esperarla fuera de su casa a que termine de cambiarse no me hace ninguna gracia. Vanessa es una tipa inteligente, me gusta y le tengo ganas. La llamo dos veces y le pido que no se demore mucho, pero ella, sabe dios por qué motivos, no toma en cuenta mi situación. Cuando estoy decidido a irme, finalmente sale. Tomamos un taxi y en el camino conversamos de cualquier cosa sin importancia para matar el tiempo. Una vez en mi departamento, destapo un vino a cuchillazos. Conversamos entretenidamente. Ella husmea mis cosas mientras yo (con ganas de… bueno ya saben) pienso en algo inteligente para terminar en la cama. Me dice que está aburrida, me pregunta si no tengo alguna película o por ultimo algún juego de mesa. Traigo algunas películas de la otra habitación y entre todas escogemos “Vicky Cristina Barcelona”. Me sugiere que la veamos echados, con la pantalla del monitor a un extremo de la cama. Acepto la postura. En un principio la película me pareció más interesante que ella porque Woody Allen tenía un estilo peculiar de contar la historia con voz en off, como si se tratara de una fábula. However con el pasar de los minutos se tornó aburrida y comencé a pensar de nuevo en Vanessa. Suena estúpido de mi parte, en ese momento tan deseado (imagino que para mis lectores, si es que acaso los hay) preferir una película antes que la mujer que estaba recostada a mi lado (al menos me di cuenta a tiempo, aunque no fue del todo buena mi participación). Le empecé a acariciar el cuello y a darle besos. Ella en ningún momento me rechazó, sin embargo le dije algo que la hizo sentir incómoda. No recuerdo exactamente lo que le dije, pero ella me dijo que le había insinuado algo como que ella estaba aquí solo para tener sexo conmigo y no para pasar un tiempo conversando como amigos. Le dije que yo cuando hablo soy un imbécil, que en realidad hablo mal, que mil veces prefiero escribir y demorarme muchos días en un párrafo a hablar cualquier cosa (ahora que lo pienso, talvez sea el motivo principal de porque nunca me he declarado a alguien. Quizá lo hable o mejor dicho escriba en el siguiente post). Le pregunto si está molesta, me dice que no, pero no le creo. Entonces continuamos viendo la película que ya no cubre mis expectativas. Cuando Woody Allen termina de contarnos su aburrido final ella comienza a arreglarse. No le digo nada de lo sucedido, prefiero hablarle de otras cosas. En un momento le comento que hace años vi en una película que un niño, a media madrugada, le preguntaba a su mamá que hora era y ella le respondió que era temprano o tarde, todo dependía del punto de vista que lo vea. Recordé aquella escena porque yo esperaba que sea temprano para llamar a alguien e invitarla a salir. Vanessa se fue. Sé que molesta y decepcionada de mi y de mis palabras dichas. No me importó hasta que escuché la casilla de voz del celular de... no mencionaré su nombre, estoy tratando de olvidarla.
A Johana le tengo ganas desde que me invitó al cine el año pasado. Es una chica extraña y con suerte por lo que me cuenta. Extraña porque hace de un simple problema un mundo sin resolver: no es capaz de amar a alguien por el simple miedo a terminar en el futuro. Con suerte porque hay un montón de chicos atrás de ella invitándola al cine, a comer, a bailar, a caminar y a tomar. Esto último es, exclusivamente, mi caso. Llega a mi departamento y nos vamos a comprar algo de tomar. Ella me pide un Baylis o un Capricho o algo por el estilo, pero yo no tengo plata y solo me alcanza para comprar un six pack de cerveza. Cuando llegamos a mi cuarto desordenado trato de arreglarlo, pero es imposible; solo llego a ocultar las cosas que están fuera de su lugar, mas no ponerlas en su sitio. Pero esto no le importa a Johana, ella sabe que soy un desordenado por naturaleza y prefiere verme tal cual. Conversamos de todo un poco y un poco de todo, bailamos un vals y terminamos en la cama, sin embargo ella se rehusa a hacerlo. Trato de persuadirla con frases cursis, con promesas, con mentiras, con lo mejor del repertorio pero nada llega a convencerla. De pronto me dice: querer no es poder, y no entiendo la frase. Continúo con el vano intento de convencerla hasta que ella me dice algo que, definitivamente, me detuvo: estoy con la regla. Ya es tarde. Ella está echada a un lado de la cama. Cuando le pregunto si le pasa algo, me dice que está pensando. Se que está molesta, talvez me ha mentido con lo de su estado para no seguir insistiendo. Tiene miedo, con justa razón, a que yo le cuente nuestro encuentro a alguien, a que yo la esté usando para satisfacer mis bajos instintos y a que después de hoy no nos volvamos a hablar. De pronto se levanta y me dice que se irá. La acompaño al paradero y le pago el taxi a su casa.
Es martes, llamo a Rocío para confirmarle nuestro encuentro de mañana. Ella está tan emocionada, excitada y deseosa que me pide que nos veamos hoy. Lo pienso. A pesar que estoy trabajando la cito en una hora. (Talvez mi jefe nunca lea esto, quizás nadie nunca lea esto, pero si alguna vez lo lees, ya tienes el motivo por el que salí temprano del trabajo). Se demora en llegar a la hora pactada y la llamo a su casa. Su hermana me dice que acaba de salir. La espero unos minutos más y llega en su vestido negro. Con Rocío no hay incertidumbres ni problemas, siempre que nos hemos visto terminamos en la cama y aquel día no sería la excepción. Esta vez no tengo nada que ofrecer, ni vino, ni cerveza, ni agua. Sin embargo no demoramos en ir al grano. Cuando estamos teniendo sexo un estornudo mío detiene todo. Sufro un ataque de tos. De pronto, como si alguien hubiera activado alguna bacteria en mi, mi cuerpo comienza a calentarse a excepción de mis manos que se tornan heladas. Rocío se preocupa pensando que puede ser fiebre y peor aun, la porcina. De ser así ya te contagié íntegramente, le digo y toso de nuevo. No se aleja. Me tapa con una manta y permanece a mi lado. Me dice que me cuidara hasta que me ponga mejor y podamos continuar. Río, pero se confunde con la tos. Al rato se viste y comienza a chatear con un sujeto al que no conozco. Pienso que está sacando un plan, ya que el nuestro no funcionó como debía. No le digo nada. Me visto y me voy a la cocina a buscar algo de comer. Regreso con una galleta soda y un vaso de jugo. Ella sigue chateando y ahora ha activado la webcam. Termino de comer y sigue chateando. Quiero que se vaya pero no le digo nada. Me atrevo a decir que ya es tarde pero a ella no le importa. Entonces le digo que le empezaré a cobrar si sigue pegada de la computadora. Se despide de su amigo y la acompaño al paradero, pero ya es tarde y su micro no pasa. Decidimos caminar hacia la avenida España cuando vemos su micro acercarse. Ella no quiere subir porque el micro está repleto, pero yo, prácticamente, la empujo a subir y a ella no le queda otra alternativa que irse a su casa como en una lata de sardinas. Me alegro que al fin se fue y me voy a comer pizza (no quería invitarla). El sábado recibo un correo en el que me cuenta que ha estado enferma toda la semana.